domingo, 10 de octubre de 2010

CABE ESPERAR (9)

_ Energías alternativas, Nacho. Esa es la alternativa.

Cuanta razón tenía.
Se habían cerrado fábricas.
La gran crisis.
No como la de los setenta.
Quedaron plantillas enteras en la calle.
Personas en desuso. Excluidos con edad y brío, capaces de arrimar el hombro para levantar el país.
Errores irreparables.
¿Cómo podía permitirse orillar a trabajadores que tenían tanto que dar?
Él se había hecho en esa lucha.
Su abogacía para encarrilar los desmanes del destino.
Tenía un galimatías en que los cinco que lo llevaban a delante no daban abasto.
Tuvieron muchos fracasos.
El capital no invertía. Se iba a sitios de mediocridad.
Estudiado el tema, asesoraban y ponían en contacto a aquellos que llegaban a ellos buscando salvar lo insalvable.
Toda su dedicación profesional acallaba ese deseo oculto en lo más profundo de su ser.

Las tecnologías ponían otros medios en su mano, sin embargo, no dejaba de coger pluma y papel para compartir sus inquietudes con Matilde.
Lo hacía Ignacio, y también los alumnos que ella había atendido.

Esa comunicación llenaba la ausencia de la vida compartida tiempo atrás con Julián.
Temía nombrar. La palabra venía a ella bajo subterfugios que la querían borrar.
Le había arrebatado lo que más quería.
No la nombraría.

Hay mujeres que lo que más quieren son los hijos, pero no era el caso.
Pensarlo le hacía dudar.
Su mente dibujaba sombras chinescas, en las que el protagonista era Nacho siendo niño.
Cuando eso ocurría quería borrarlo con el gesto de la mano, pensando que así lo ahuyentaría.
_ ¡Eso no!_ se decía sintiéndose en falta y temiendo ser observada.
En esos momentos de duda, pensaba en la posibilidad de haber seguido un impulso fatal, al aceptar a Julián, progenitor de ese niño que ahora en el recuerdo le hacía temblar.
Pensarlo le torturaba.
Recordaba con dulzura cada uno de los momentos en que él se le acercaba.
Él le había hecho sentir importante. El centro del Universo.
Eso no era delito.
En ese tiempo, ver medrar sus retoños era lo que más le satisfacía.
Sin embargo se recriminaba al mirarlo bajo una perspectiva que la atemorizaba.
Nunca había deseado un contacto físico.
Al pensar en ello se confundía. Veía sus manos y sentía el contacto del día en que en el entierro él la había sujetado para evitar que se desplomara en el suelo.

_ Debería casarse. Yo me serenaría. Sabría que es de otra.

Mentía. Se engañaba.
Si hubiera habido alguien, el dolor le habría mortificado más de lo que esos sentimientos no asumidos lo hacían.

Pensaba en Julián y eso la sosegaba.

_ Estoy confundida. Proyecto sobre tu hijo tu ausencia.

No se lo creía.
Intentaba entenderlo, pero no podía.

_ ¡Cómo dar marcha atrás al reloj del tiempo?

Debió huir cuando supo que significaba a ese muchacho por encima de los demás.

Las leyes eran claras.
El tabú la mataba.

_ ¡Eso nunca!_ se reafirmaba.

No había de qué recriminarse.
Su mente la engañaba.

Ahora anciana, debía vivir los frutos de la vejez acompañada de su familia.

Esas ideas le martirizaban y le mermaban el ánimo.

Haría frente a la confusión de su mente y ordenaría esas ideas que la tenían confundida.

Todo ese desvarío venía porque cada noche se veía ante el lecho vacío y frío.

Su hijo. Su niño predilecto. Nada más.


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