jueves, 7 de octubre de 2010

CABE ESPERAR (6)

Susana creció bajo el reflejo de Matilde.
Fue lo que ella no era.
Cada vez más dulce y hermosa.
Matilde se desvivió por acercarla al mundo que había más allá de los montes que les rodeaban.

Una vez a la semana, iban las dos a la ciudad.
De tiendas. Para educarle el gusto.
A adquirir novedades, en revistas y libros.
Los clásicos y otros poetas.
Eran lecturas que a ella le encantaban.
Paraban en cafeterías de lujo.
Allí las damas alardeaban de su buen gusto.
Matilde le orientaba la mirada y hacía observaciones críticas para afinar su mirada y hacer.
Era la burguesía que por cuna le venía asignada.
No quería que paciera en ella de manera superficial.
La curiosidad de la niña aumentaba y se afinaba su percepción de la realidad.
La mayor parte de su curiosidad se orientaba a saber de aquel viaje que su segunda madre había vivido.
Quería saberlo en todos sus detalles.
Sabía tentar la memoria de Matilde y llevándola a esos recuerdos que compartía con sumo placer.
Allí se gestaba el reflejo de lo que Susana quería vivir.
Viajar y conocer mundo.
Saber que la tía Lourdes había sido capaz de vivir sin estar a la sombra de nadie, le motivaba y recreaba su fantasía.
La veía como heroína de esas novelas en que no se identificaba con damiselas sutiles, sino con los personajes más activos y provocativos.
Amasaba en su mundo interior todo ese deseo, sin saberlo.

Algunas veces, no más de una al mes, se acercaban al entorno por el que se movía Ignacio.
Allí coincidían con Ricardo, que tenía los ojos puestos en Susana.
Ella también, por lo que se podía ver.
Matilde veía con buenos ojos esa afinidad.
Era un buen muchacho.
Sabía de su origen, pero eso no le preocupaba.
Respetuosa y tolerante, buscaba el fondo de las personas.
Veía en Ricardo una buena influencia para Ignacio.
Lo que pudiera darse con Susana no le preocupaba.
Era un juego de pavoneo y coqueteo, propio de edades en que la vida empieza a inventarse.
Ella misma renacía al verlos nacer a la vida.
Recuperaba su juventud sintiéndola latir renovada en la sangre de sus venas.
Su cabellera morena a penas tenía canas.
Canas que disimulaba orientando su peinado, con coquetería, tapándolas.
Cuando su melena se derramaba sobre la almohada cobraba brillo, y esas canas se ordenaban formando un mechón plateado.
Eso a Julián le encantaba, y le rogaba que no se las tiñera, diciéndole que eran rayos de luz que la iluminaban.

Cuando quedó embarazada, su cabello se tornó gris.
Su rostro terso no tenía rastros de envejecimiento.
Esa cabellera tempranamente blanca la rejuvenecía y embellecía todavía más.
Cuando se miraba en el espejo sonreía cómplice de sí misma.

Hubo un parto natural, en el que la criatura salió sin dar mucho mal.
_ ¡Un niño! _ había exclamado con alborozo Jacinta, mientras tiraba de él con sumo cuidado.
Aunque la partera estaba allí, fue ella quien tuvo en sus manos las nalgas del recién nacido.
Supo sacarlo sin dañarlo.
Era experimentada con animales y otras mujeres que la llamaban.
Llevó al niño a su pecho, sin preocuparle que la sangre manchara los ropajes blancos que se había puesto para recibir al recién nacido.
Cortó el cordón umbilical y sacó su llanto.
Desde ese momento, ese niño se convirtió en la razón de su existir.
Los otros se habían hecho mayores, y la casa, aún bajo sus órdenes, estaba atendida por un puñado de asistentes y asistentas que sabían lo que se hacían.
En ese momento se sentía vieja y vacía.
Esa vida venía a darle nuevas ilusiones.
No dejó que nadie más se hiciera cargo del bebé.
Incluso el nombre lo eligió ella.
A todos les pareció un hermoso nombre. Carlos.
Matilde rió la coincidencia. Su padre se llamaba así.
No lo comentó para no desmerecer el protagonismo que, complacida, observaba tomaba Jacinta.

Un niño puede hacer milagros.
Así fue.
Matilde renació y Jacinta también.
Ella fue para ese niño la abuela consentidora.
Era su cómplice, ocultando sus travesuras y sacándole la cara.

Ricardo, el amigo de Ignacio, era nieto de Jacinta.
Tenía el nombre de su padre, el que fuera hermano de leche de Julián.
Había sido uno más para los Cifuentes.


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