sábado, 9 de octubre de 2010

CABE ESPERAR (8)

Su llanto fue silencioso.
No quiso que nadie perturbara el adiós de su momento final.
Un paro cardiaco se lo llevó, decían.
Ella sabía que fue el amor que siempre le entregó.
Carlos quedó muy afectado.
Se abrazaba a Jacinta desvalido.
Ella perdía un hijo. Julián lo había sido desde que lo amamantara.
Él conoció en esa pérdida que la parca se cebaba implacable.
La vida había tenido cambios.
Las máquinas infernales habían transformado un paisaje de montes en gigantes.
Los molinos de viento que ningún quijote avasallaba.

_ La edad no perdona._ pensó Jacinta.
_ Debería ser yo quien se fuera y no él.

No pudo contener el llanto al ver bajar el ataúd en el crematorio.

La familia no tenía un panteón.
Mantenían la idea de que se había de ir de la tierra a ella.
Querían formar parte del barro y alimentar las raíces.
Todos ellos habían ido a parar a un lecho que les amparara.
Tampoco un nicho.
Eso de estar mezclados con desconocidos no entraba en sus cabezas.
Matilde sabía que debía cumplir con los deseos que Julián manifestaba cuando hablaban de lo previsible en el momento que bajara el telón.
Consiguió una parcela próxima a la de Sara.
Allí dejó la urna vacía.
Las cenizas fueron esparcidas por el viento sobre los montes que sufrían la arquitectura del progreso y su desarrollo.

_ Para la eternidad._ pensó, perdiendo el conocimiento en ese momento.
Ignacio y Carlos le sujetaron y acompañaron.

_ ¡Madre!_ dijo Ignacio apretándola contra su pecho.
Ella levantó la cabeza y se miró en sus ojos.
Era la primera vez que él la llamaba madre.
Siempre había mantenido distancias con ella.

Cuando regresaron a la casa, y quedaron los más próximos, ella supo que nunca estaría sola.

Ignacio no se había casado, ni se le conocía ninguna relación.
Trabajaba como abogado.
No se vendía al mejor postor.
Era el orgullo de ella.
Su implicación por las causas justas y la lucha por la equidad eran su seña de identidad.
Había empezado en pleitos laborales.
Ahora extendía su actividad a causas comprometidas.
Muchas veces había salido en su defensa, cuando Julián lamentaba que su hijo no trabajara allí dónde había ganancias.
Le hacía caer en la cuenta de que debían estar orgullosos de su nobleza.

A partir de ese día, las visitas de Ignacio se repetían.
Jacinta y Matilde estaban contentas con su presencia.
Se pensó que él asumía el papel que Julián no podía atender.
Cuidar de ella.
Así fue, pero no en la medida supuesta.
Él amaba a esa mujer.
Aunque ella fuera mayor.

El corazón no atiende a razones.
Supo que ella era especial para él cuando vio a su padre rodeando su cintura, siendo niño.
No lo supo con la certeza que ahora tenía.
Fueron los años los que le hicieron interpretar su azoramiento.
Descubrió el significado de un deseo extraño.
La admiraba, pero también la deseaba.
No osaba mirarla entonces ocultandose bajo el disfraz de sumisión debido a ella como preceptora.
Recordaba sus fantasías de adolescente.
Esos gestos de rígida actitud, con los que ella marcaba el paso a seguir.
Descubría que aquellos errores caligráficos no eran tales, que sus artimañas infantiles los producían para captar su atención y tenerla más suya.

Matilde pudo intuir que él venía a ella como hombre, pero negó las evidencias.
Pensarlo le hacía mirar al pasado bajo otro prisma.

Todo había sido fácil.
Nunca le había puesto problemas.
Él facilitó las cosas desde que ella entró a la casa a ocupar el puesto de su madre.

Recordaba que eludía nombrarla.

Cuando le escribía desde el internado, sus cartas eran impecables. Sin errores.
No compartía confidencias con ella.
Ni por carta, ni en la casa.
Era reservado.
Su masculinidad aparecía a sus ojos con esos atributos.
Aunque pensaba que como madre debía abrir el camino emocional, no encontró la clave.

Ignacio no hubiera podido.
¿Cómo aceptar que amaba a la mujer de su padre?
El hecho de negarse ese pensamiento acorazaba la fortaleza con la que evitaba dar nombre a unos sentimientos que le perturbaban.

_ Deberías casarte._ decía Jacinta al muchacho cuando empezaba a ser la pura estampa de su padre.
_ Traer hijos al mundo y alegrar con sus risas y llantos esta casa._ añadía la anciana.
_ Puedes contar conmigo. No lo dudes.
_ Me hice cargo de tu padre y de vosotros tres.
_ A ver cuando nos das un día bueno._ añadía entrecerrando los ojos, adormecida con las manos posadas sobre el mandilón que siempre lucía.
Jacinta era de ideas fijas. El mismo traje y delantal, toda la vida.

Una vez, Ignacio le había llevado una bata multicolor, suave y ligera, de manga corta, para que soportara los calores del sofocante verano que el cambio climático hacía sufrir.

_ A buenas horas, mangas verdes._ había dicho ella, mientras se hacía cargo del paquete que había deshecho con sumo cuidado.

No recordaba haberla visto con ella, pero siguió obsequiándole con prendas similares.

Lo que nadie sabía es que ella se ponía esas vestimentas ante el espejo y sonreía feliz como una niña.

En uno de los momentos en que ella le repetía la misma cantinela, pudo ver bajo sus ropas el brillo y colorido de una de las prendas recibidas.
Disimuló para no molestarla, pero sintió la satisfacción de que aunque fuera bajo sus ropas, las disfrutara.

Tras la relajación a la que le movía esa observación, pensó seriamente en lo que ella le decía.
No haría infeliz a una mujer por el mero hecho de tener descendencia.
Su padre había amado por él.
Había tenido dos mujeres.
Su yugo no había sido impuesto en ningún momento.
Con ellas había tenido la continuidad de la vida, pero con la libertad que le daba amarlas.

A él le quedaba amar en silencio, y no ofender a su padre.

Ya llegarían herederos.
Estaban Carlos y Susana.

¿Sabría vivir ese amor con la distancia requerida?

Se hablaba de amores platónicos.
Así debía ser el suyo.

Le carcomía pensar en aquel encuentro de Matilde y Julián en el molino viejo.
Aunque entonces era un niño, ese recuerdo estaba en él y cobraba un significado que no respondía a sus argumentos.
Quería borrarlo y cargarlo de significados banales.
No podía.

Ahora los molinos no eran para moler trigo.
Eran gigantes metalizados.
Su padre, en los últimos tiempos, había apostado por energías renovables.


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