viernes, 8 de octubre de 2010

CABE ESPERAR (7)

Julián murió en los brazos de Matilde.
Esa noche su corazón no soportó el brío de su alma y, sin remedio, quedó postrado con la espalda encarada al techo.
Ella lloró en su abrazo hasta la madrugada, queriendo arroparlo y darle calor conforme su cadáver se enfriaba.
Pensaba que con sus cuidados recuperaría al hombre, con el fuego de su amor.
Tuvo que aceptar lo irreversible del momento.
Una vez superó la emoción del desconsuelo que postergó, se puso en acción.
Era una especie de desdoblamiento.
Lo amortajaba mientras en su interior lo lloraba.
Ya no brotaban lágrimas.
Sus gritos de silencio la alertaban.
Limpio y perfumó su cuerpo con mimo y cuidado.
Lo amortajó.
Cuando Jacinta entró en su habitación, la encontró tendida sobre el frío suelo.
Ella la tomó en sus brazos y, como si se tratara de una niña, la llevó al lecho que todavía conservaba los olores de su amado.
La puso a su lado.
La muerte no es el cierre de la vida, es la abertura al camino de la luz.
Sabía que ese era el momento en que el alma de Julián necesitaba sentir que tenía a su lado a quienes quería.
Puso unas velas sobre la mesita y las encendió.
Cuando Matilde volvió en sí, rompió en llanto y temblores.
Jacinta la tomó en sus brazos y la acunó.
Nunca más volvió a llorar.
Las palabras de Jacinta la consolaron y dieron esperanzas.
No fueron promesas de un más allá.
Era el conocimiento ancestral que las mujeres atesoran y comparten.
_ Está en nosotras, querida niña.
_ No te lamentes por la pérdida.
_ Nunca estuvo tan dentro de ti como lo va a estar a partir de ahora.
_ Los muertos están en nosotros a la espera del reencuentro.
_ Para ellos el tiempo no es. Será un instante en el Universo.

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