lunes, 11 de octubre de 2010

CABE ESPERAR (10)

Todas las madres tienen su predilecto, y les cuesta compartirlo con el mundo.

Carlos había sentado cabeza tras la muerte de su padre.
Tomó las riendas del negocio familiar.
Era una tarea que encajaba con su manera de ser.
Se casó.
Lo hizo sin pasar por el rito religioso.

_ ¡Qué cosas!_ decía Jacinta.
_ Mi niño con una franchuta.

Nicole iba y venía. No paraba. Su trabajo le llevaba largas temporadas a Francia.
Jacinta la miraba con desconfianza.

_ ¿Es que no hay buenas mozas en el lugar?_ había dicho cuando Carlos, zalamero, se lo había comunicado, antes que a los demás.
Se iba a casar con una de esas amigas que le decía lo eran con derecho a roce.
Era algo que ella no toleraba, e indignada le regañaba.
No entendía que las chicas fueran consentidoras.
_ Así no se casarán nunca.
_ ¡Qué tiempos corren!
_ ¡Ay Señor!_ decía mientras se santiguaba, doblando con la mano izquierda el dobladillo del delantal, que como siempre lucía impoluto.

El tiempo hizo su curso. De esa unión nacieron tres niñas.
_ ¡Yaya!_ le decían.

Jacinta era para ellas su abuelita.
A Matilde nunca la llamaron así. Siempre por su nombre. Lo mismo que a Nicole o a Carlos.

Las tres se llevaban poco tiempo entre sí.
A penas sabía andar una, cuando nacía la siguiente.
Lucia, Katrina y Sofía. Así había sugerido Jacinta que las llamaran.
Carlos que tenía predilección por ella, en los tres casos, le avisaba para que empezara a pensar el nombre que le correspondería.
Siempre puso en nombre antes del alumbramiento.
Decía y adivinaba que lo que venía era una niña.
Lo soñaba.
No erraba.
Antes de nacer Carlos, había dicho que se trataba de un gañán.
Jacinta conocía las artes viejas de hierbas y ungüentos.
Era curandera.
Las mujeres le pedían consejo.
Preparaba una grasa que quitaba las quemaduras.
Adivinaba los partos con sólo ver las curvas en las futuras madres.
Tenía premoniciones y sueños de conocimiento.
Ella supo que Matilde e Ignacio estaban librando una gran batalla, negando lo que sus almas ansiaban.
Callaba.
No podía intervenir.
Debían limpiar el camino que iba del uno al otro.

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