Carlos empezó a ver a Nicole
desde otra perspectiva, y eso hizo renacer el amor que estaba en ellos.
En aquella situación, la tercera
persona se alejó, porque notó que su relación no era duradera. Había llegado a
él en un momento en que ella sentía el nido vacío. Sus hijos se habían hecho
mayores y ya no estaban en casa. Su esposo viajaba y permanecía largas temporadas fuera.
El encuentro con Carlos le había
hecho creer que podía volver a empezar, pero al poco tiempo pudo ver que era
algo pasajero.
Cuando le decía que quería dejar
a su marido, él siempre le ponía peros, y le proponía esperar.
Conocía a Nicole, y estuvo
tentada de hablar con ella, pero, poniéndose en su lugar, valoró que a ella le
hubiera sido muy violento, si la amante de su esposo se le hubiera acercado
para decirle algo que esperaba fuera su marido quien se lo explicara.
Con esa idea, le había dicho a
Carlos que debía hablar con su mujer, pero éste le había respondido que quería
dejar la relación durante un tiempo porque necesitaba pensar.
Eso, para ella, fue definitivo.
−Si necesitas pensar, no estamos
en la misma onda.− le había dicho.
−Mira, no soy una niña, ni
fantaseo con el amor verdadero. Si no funciona lo nuestro, mejor lo dejamos. No
me quiero quedar a dos aguas.
Tras un tiempo de alejamiento,
volvieron a normalizar su relación de amistad. Sin rencores no dobleces.
Carmen, que así se llamaba, se
separó de su marido y descubrió que en Carlos tenía un buen amigo.
Se alegró de no haber hecho
tonterías y, sobre todo, de no haber hablado con Nicole sobre el asunto.
Valorándola y respetando ese
silencio. Por ella no lo sabría nunca.
Carlos admiraba a Carmen. Ella le
llevaba unos años, pero no lo parecía. Era una mujer activa y positiva.
Lo que no sabía era que aparecía
así a sus ojos, porque ella sentía algo especial por él. Era de esas mujeres
que se crecen cuando el amor anida en su pecho. Cuando eso sucede, sacan sus
colores y el brillo de su semblante se ilumina.
Nicole era muy independiente, y
eso dejaba la puerta abierta.
Carmen desplegó sus alas sobre
él, y él cayó subyugado bajo sus encantos.
Si Jacinta no hubiera
intervenido, posiblemente las cosas hubieran tomado otro rumbo, pero fue así.
A lo largo del camino vital,
tomas o dejas.
La amistad que después quedó
entre Carmen y Carlos siempre fue algo especial. Entre ellos hubo esa
complicidad propia de ex amantes que se aprecian y valoran.
Carmen pudo ver que su ciclo
vital tomaba otro rumbo. Pocos días después de tomar la decisión de no mantener
su romance con Carlos, se plantó frente a su esposo y le propuso una separación
amistosa. Él tardó en digerirlo, pero aceptó.
Vivir bajo un mismo techo no era
conflictivo. Podrían intentarlo. Se conocían y respetaban, y también tenían
mucho en común.
Hablarían con sus hijos e
intentarían mantener una convivencia de no intrusismo.
Eso funcionó bien durante un
tiempo, pero cuando entraron en sus vidas otras relaciones, vieron mejor tener
cada uno su propio domicilio.
Carmen encontró nuevas amistades,
y tuvo relaciones diversas, pero no se volvió a emparejar. Encontró entornos de
personas solas que organizaban encuentros, vacaciones y excursiones. Su ex,
como así lo denominaba ella, rehízo su vida con otra persona, y tuvo dos hijos
más. Un chico y una chica, que ella trataría como familia, ya que eran hermanos
de sus propios hijos. Para ellos sería la tía Carmen.
Las reuniones familiares juntaban
a todos. Era feliz. Siempre agradeció que Jacinta hubiera hablado con Carlos.
En realidad, ella estaba sacando el pie de un tipo de vida ya caducada. Había
descubierto otras formas de vivir. Su crecimiento personal había tomado su
rumbo.
Carlos necesitaba hablar con
Nicole. Lo que se calla, crece dentro y enmudece.
Necesitaba encontrar los ánimos
para abordarlo con ella.
Cuando le parecía que podía
hacerlo, algo o alguien se interponían, requiriendo de su atención, haciéndole
posponer ese momento.
Cuanta falta le hacía Jacinta.
Ella le hubiera ayudado.
Los negocios requerían de su
atención. Las niñas se hicieron mayores. Eran otros tiempos.
La menor, Sofía, tenía dieciséis,
y también quería independizarse. A su tía Susana la había puesto en un
pedestal, y quería emularla en ese vivir la vida de aventura, como ella
suponía.
Sus dos hermanas ocupaban un
piso, y ella tenía en él una habitación.
Iba y venía de la casa paterna.
Unas veces dormía en un sitio, y
otras en otro. Según le rotaba.
La tecnología posibilitaba la
localización de las personas. Si se quedaba en uno u otro sitio, siempre podían
localizarla, y saber si estaba allí, siempre que ella lo permitiera.
Muchas veces, iba a la casa de
sus hermanas con sus amigas. Ellas no se inmiscuían ni le pedían que se las
presentara, cosa que en casa de sus padres hubiera sido inevitable.