martes, 26 de octubre de 2010

CABE ESPERAR (16)

Nicole llegó con la cafetera humeando. Todos fueron sirviéndose.
_ ¿Te ayudo?_ dijo Carlos, acercándose a su mujer.
_ Descansa un rato._ añadió.

Ella había asumido el control de la situación. Parecía ser la persona más dispuesta y menos implicada emocionalmente. Sin embargo, sintió el vacío y dolor que allí compartían, y cuando él le sugirió que descansará, sobre ella pareció caer una gran losa, aplanándola contra el suelo. La yaya Jacinta, así la llamaban sus tres hijas, había sido el nexo de unión de la familia Cifuentes.

Recordó como tiempo atrás, había hecho por ella más de lo que cabía esperar. Carlos se enredó con una mujer, y ella pensó en marchar. Fue Jacinta la que le habló de frente. La que hizo que se manifestara. Le había dicho que pensara sobre lo que valía la pena y lo que no. De aquella crisis matrimonial su relación se había fortalecido.
Lo de Carlos había sido un asunto difícil de calificar.

Esperó sin reproches. Siguió manteniendo el calor del hogar, con él ausente. Aunque supo por terceras personas del asunto, no lo encaró, ni le pidió explicaciones.
Le dolió, pero no por ello claudicó.

Un buen día, él volvió a ella.
Esa noche lloró, cuando hicieron el amor. Pensando que con ello le decía adiós, pero guardo su secreto. Temió que fuera el canto del cisne. Había sabido esperar largas noches y largos días. Las noches fueron más duras. No conciliaba el sueño y las carnes se le abrían.
Algo nuevo despertó en él. Volvía a ella redescubriendo su cuerpo y sintiéndola parte de si mismo. Como si de uno de sus órganos se tratara. Constataba que no estar con ella mutilaba su alma.

Jacinta había mediado. Hablado con él. Le había planteado la misma cuestión. Le había dicho que pensara en lo que dejaba y en lo que tomaba. Que hiciera el balance y pensara si estaba dispuesto a que Nicole estuviera con otro hombre. Él negó. Contestó a sus insinuaciones diciendo que no soportaría: que otros besos la besaran, que otras manos la acariciaran, que otro la amara. No que fuera ella quien amara, sino que otro estuviera en su lugar.
A eso, Jacinta, le había dejado solo con sus palabras y pensamientos.
Tan seguro se sentía de ella que no había pensado en esa posibilidad.
_ Cuando el nido queda vacío, otro puede anidar._ le había dicho.

En ningún momento se habló de las niñas. Eran mayores y vivían su propia vida. Estaban estudiando y compartían piso las tres.
Katrina quería ser piloto de vuelo, Lucía veterinaria y Sofía andaba tras los pasos de su tía Susana.


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