domingo, 7 de octubre de 2012

CABE ESPERAR (Continuando con la novela)


Carlos empezó a ver a Nicole desde otra perspectiva, y eso hizo renacer el amor que estaba en ellos.
En aquella situación, la tercera persona se alejó, porque notó que su relación no era duradera. Había llegado a él en un momento en que ella sentía el nido vacío. Sus hijos se habían hecho mayores y ya no estaban en casa. Su esposo viajaba  y permanecía largas temporadas fuera.
El encuentro con Carlos le había hecho creer que podía volver a empezar, pero al poco tiempo pudo ver que era algo pasajero.
Cuando le decía que quería dejar a su marido, él siempre le ponía peros, y le proponía esperar.
Conocía a Nicole, y estuvo tentada de hablar con ella, pero, poniéndose en su lugar, valoró que a ella le hubiera sido muy violento, si la amante de su esposo se le hubiera acercado para decirle algo que esperaba fuera su marido quien se lo explicara.
Con esa idea, le había dicho a Carlos que debía hablar con su mujer, pero éste le había respondido que quería dejar la relación durante un tiempo porque necesitaba pensar.
Eso, para ella, fue definitivo.
−Si necesitas pensar, no estamos en la misma onda.− le había dicho.
−Mira, no soy una niña, ni fantaseo con el amor verdadero. Si no funciona lo nuestro, mejor lo dejamos. No me quiero quedar a dos aguas.

Tras un tiempo de alejamiento, volvieron a normalizar su relación de amistad. Sin rencores no dobleces.
Carmen, que así se llamaba, se separó de su marido y descubrió que en Carlos tenía un buen amigo.
Se alegró de no haber hecho tonterías y, sobre todo, de no haber hablado con Nicole sobre el asunto.
Valorándola y respetando ese silencio. Por ella no lo sabría nunca.

Carlos admiraba a Carmen. Ella le llevaba unos años, pero no lo parecía. Era una mujer activa y positiva.
Lo que no sabía era que aparecía así a sus ojos, porque ella sentía algo especial por él. Era de esas mujeres que se crecen cuando el amor anida en su pecho. Cuando eso sucede, sacan sus colores y el brillo de su semblante se ilumina.
Nicole era muy independiente, y eso dejaba la puerta abierta.
Carmen desplegó sus alas sobre él, y él cayó subyugado bajo sus encantos.
Si Jacinta no hubiera intervenido, posiblemente las cosas hubieran tomado otro rumbo, pero fue así.
A lo largo del camino vital, tomas o dejas.
La amistad que después quedó entre Carmen y Carlos siempre fue algo especial. Entre ellos hubo esa complicidad propia de ex amantes que se aprecian y valoran.
Carmen pudo ver que su ciclo vital tomaba otro rumbo. Pocos días después de tomar la decisión de no mantener su romance con Carlos, se plantó frente a su esposo y le propuso una separación amistosa. Él tardó en digerirlo, pero aceptó.
Vivir bajo un mismo techo no era conflictivo. Podrían intentarlo. Se conocían y respetaban, y también tenían mucho en común.
Hablarían con sus hijos e intentarían mantener una convivencia de no intrusismo.
Eso funcionó bien durante un tiempo, pero cuando entraron en sus vidas otras relaciones, vieron mejor tener cada uno su propio domicilio.
Carmen encontró nuevas amistades, y tuvo relaciones diversas, pero no se volvió a emparejar. Encontró entornos de personas solas que organizaban encuentros, vacaciones y excursiones. Su ex, como así lo denominaba ella, rehízo su vida con otra persona, y tuvo dos hijos más. Un chico y una chica, que ella trataría como familia, ya que eran hermanos de sus propios hijos. Para ellos sería la tía Carmen.
Las reuniones familiares juntaban a todos. Era feliz. Siempre agradeció que Jacinta hubiera hablado con Carlos. En realidad, ella estaba sacando el pie de un tipo de vida ya caducada. Había descubierto otras formas de vivir. Su crecimiento personal había tomado su rumbo.

Carlos necesitaba hablar con Nicole. Lo que se calla, crece dentro y enmudece.
Necesitaba encontrar los ánimos para abordarlo con ella.
Cuando le parecía que podía hacerlo, algo o alguien se interponían, requiriendo de su atención, haciéndole posponer ese momento.
Cuanta falta le hacía Jacinta. Ella le hubiera ayudado.
Los negocios requerían de su atención. Las niñas se hicieron mayores. Eran otros tiempos.
La menor, Sofía, tenía dieciséis, y también quería independizarse. A su tía Susana la había puesto en un pedestal, y quería emularla en ese vivir la vida de aventura, como ella suponía.
Sus dos hermanas ocupaban un piso, y ella tenía en él una habitación.
Iba y venía de la casa paterna.
Unas veces dormía en un sitio, y otras en otro. Según le rotaba.
La tecnología posibilitaba la localización de las personas. Si se quedaba en uno u otro sitio, siempre podían localizarla, y saber si estaba allí, siempre que ella lo permitiera.
Muchas veces, iba a la casa de sus hermanas con sus amigas. Ellas no se inmiscuían ni le pedían que se las presentara, cosa que en casa de sus padres hubiera sido inevitable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario